Doña Virginia, esposa del Barón se presenta
al caer la tarde en la hacienda del coronel,
trae puesta una muy poco vista vestimenta
para que nadie note su visita al sitio aquél.
Los sirvientes la miran con cierto recelo lógicamente
y Romualdo anuncia a Alberto la visita sorpresiva
“les pido, les ruego -dice ella- encarecidamente,
que escuchen lo que esta visita mía motiva”.
Francisco, el otro hijo de Sousa interviene,
“este lugar -habla él- para usted está abierto,
el odio es el Barón quien contra nosotros lo tiene
y no usted, sabemos que eso es cierto”.
Van todos a la casa y allí Doña Virginia les cuenta.
“Mi esposo está realmente muy enfermo...
Con todas estas cosas que contra ustedes inventa
yo ya casi no como, no vivo, no duermo”.
“Yo sé que es muy difícil -prosigue ella-
que perdonen tantas maldades de mi marido,
sus actos han dejado una muy mala huella
y todas el fruto de su locura han sido”.
“Vengo hoy a advertirles porque es mi deber,
que él está preparándose para atacarlos,
no sé exactamente cómo lo va a hacer
pero sí sé que desprevenidos no debe encontrarlos”.
“¿Nos está diciendo señora -habla Alberto-
que el Barón no piensa detener esta matanza?”.
“Con mucho pesar -responde ella-
de que cambie de opinión no guardo esperanza”.
“Ustedes -prosigue la mujer- están en su derecho
de defender sus propiedades, su gente, su vida,
no se puede justificar ni aceptar un hecho
que a todos nos está dejando una profunda herida”.
Mientras conversan, afuera de la casa hay movimientos,
Juvencio y cuatro hombres más se acercan sigilosos.
“Esta tarea -dice Juvencio- nos durará breves momentos,
esos negros no están armados, no son peligrosos”.
Sin embargo, desde la casa del coronel
una voz hace que Juvencio se detenga y se asombre.
“¡Alto!” le dicen, “¿cómo se atreven?” piensa él.
“No siga adelante -le dicen- y díganos su nombre”.
Continuará...
Próximo: "El delirio del Barón". Capítulo 16, hacial el final