Arde la pluma que en este mismo instante sostengo en mi mano; y arde también, con ella, todo lo que fui y lo que pretendía ser, lo que dije, lo que viví.
Arden palabras, gestos y formas; arde el tiempo y el espacio y la habitación desde donde escribo.
Arden los escritos en sí y arde todo, cualquier sentimiento que les acompaña.
Y quedan solo cenizas: algún rescoldo de lo pasado; de la esperanza de futuro y, sobre todo, de mí, en el presente.
Y ardemos juntos, pero tú no te consumes nunca.