allá en el bosque
los trinos se encerraron
en tu violín
Te asemejas a una tibia brisa
que emerge de tus bosques,
al trino mañanero
que nace
en los violines…
me llega tu sonrisa
y reverdece el poema
y sonroja el clavel
y hacen rondas las rosas.
Ardiente amanecer
tu otoño,
roja flor
que abre sus ventanas
y esparce los aromas
de remotas campiñas
donde los cardos danzan
con música de gaitas
y las nieblas simulan
la incierta presencia
de gnomos retraídos,
de príncipes azules
y melancólicas hadas.
Te veo,
te siento,
con tus pequeños pasos,
tu mohín picaresco,
el brillo de tus ojos,
tus manos breves,
blancas,
acariciando el piano.
Te amo sin más memoria
que la de tus labios nuevos,
o tu estrecha cintura,
o tu voz tan chiquita
con acento extranjero.
Te amo
desde donde
ondean los trigales
y el horizonte se pierde
en un espejo verde,
salpicado de sierras,
con noches de amar-luna
y su tropel de estrellas.
Y yo y mis simples versos
queriendo decir todo,
y me dejan callado
las palabras rebeldes
para ser sólo una:
la que dice tu nombre…
entonces allí me quedo
mirando alguna nube
de esas que vos mirabas
y veías dibujos,
o pensando únicamente
en lo mucho que te adoro
y que te sigo amando
a pesar de los tiempos,
de la enormidad de mares,
de las frías montañas
de las ciudades llenas,
de las copas vacías.
Y lo veo tan cerca
a aquel recodo de un Mayo
donde una paloma herida,
con su vuelo a deshora,
despertó mis latidos
que se hicieron poesía,
toda esa poesía
que ahora es sólo tuya…
y a vos,
a vos te imagino
con tu ternura a cuestas
perfumando senderos
y callejas dormidas,
con un amor guardado
en tu cuaderno rojo.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
Fotografía de Rafael A. Maldonado.