ALVARO J. MARQUEZ

AMORES DE ESCLAVOS (Capítulo final)

"Fin de la maldad". Capítulo final.

Al verse en el suelo, a merced de sus esclavos,
un sentimiento de pánico invadió al Barón,
por primera vez los vio como guerreros bravos
dispuestos incluso a rebelársele al patrón.

Estaba bocabajo y se agarró con fuerza de las piernas
de la niña a la que había intimidado,
aquellas circunstancias se le hicieron largas, eternas
y se aferraba a la niña desesperado.

Con la intención de usarla como escudo
contra aquella gente que a su alrededor estaba,
hizo todo el esfuerzo por agarrarla que pudo
y justo a su lado el padre de la niña se levantaba.

Tomó el hombre una piedra grande y pesada
y con todo el peso la dejó caer en la cabeza del Barón,
de pronto la calma llegó como de la nada
y en el silencio había un clima de tensión.

Habló el padre de la niña. "El Barón está muerto,
que nadie se mueva de este lugar hasta que yo vuelva.
Voy a aquella casa, a hablar con Don Alberto
y que él y su gente este asunto resuelva".

En casa de los Sousa han cesado los disparos,
ya nadie los ataca de parte de Macedo.
Unos porque pagaron sus atrevimientos muy caros
y otros huyeron presas del miedo.

Doña Virginia se recupera con prontitud
y el padre de la niña les llega con la noticia de muerte.
"No crean -dijo ella- que la resignación es mi virtud,
pero no me era difícil imaginar su suerte".

Dos días después Doña Virginia hace llamar a sus benefactores,
Francisco y Alberto se presentan en aquella hacienda,
junto a ellos la gente del Barón, todos sus servidores
y oyen a la patrona cuando pide que se le atienda.

Desde el otro plano Salvius y el coronel también están presentes.
Atentos a lo que dirá la mujer, Salvius está sonriendo.
"Es fácil suponer -dice- cuánta expectativa hay en estas mentes
por todo lo que sucedió y lo que ahora estamos viendo".

Prosigue Doña Virgnia ante la mirada atenta de todos.
Quiero que sepan que me voy, viviré con mis hermanos.
Los voy a recordar mucho de todos modos
y a quienes me sirvieron les bendeciré sus manos".

"Pero no puedo ocuparme yo de esta casa, no puedo.
Ya tengo mis años y mi salud no me lo permite.
Les pido perdón por todo el daño que les causó Macedo,
no es justo que el derecho a ser felices se los quite".

"Por eso hoy he decidido y espero que se me entienda,
entregarte esta casa a ti Francisco, gentil caballero.
Digno hijo del coronel, sabrás atender esta hacienda,
así como para ayudarme a mí fuiste el primero".

"Pero señora -responde Francisco sorprendido,
esta casa es enorme y es su más valiosa propiedad".
"No hijo, -le dice ella- estás muy confundido,
lo más valioso es la luz de la verdad".

"Este amor que veo que ustedes sienten,
un gran legado que su padre supo dejarles,
los ojos de sus servidores nunca mienten
y veo cuánto ellos llegan a amarles".

"Yo a los míos -prosigue ella- también les debo
gratitud, bondad ¿y qué mejor manera de retribuir?
Quiero marcharme y saber que me llevo
la tranquilidad de haber decidido lo que debía decidir".

"Sé que tú Francisco -sigue ella- les darás amor,
tuviste en tu casa el mejor ejemplo para ello.
Tu padre, el coronel, fue en eso el mejor
y su legado hoy es maravilloso, es bello".

"Dame un abrazo muchacho y recibe esta casa por favor,
sé que contigo todos quedarán en buenas manos".
"Llora si quieres Sousa" -dice Salvius, les diste mucho amor,
ahora tus hijos son excelentes seres humanos".

"Nada de lo que ocurrió aquí -sigue Salvius- debe extrañarte,
recuerda que en el pasado, a todo le hallamos la razón,
a esta mujer siglos atrás, en otra parte
por una enfermedad casi deja de latirle el corazón".

"Un doctor para entonces muy renombrado,
accedió a atenderla sin siquiera un pago hacerle.
Al tiempo ella mejoró y aquel doctor que he mencionado,
falleció y a ella no le dio tiempo ni de agradecerle".

"¿Era Francisco aquel doctor?" pregunta el coronel.
"Sí -responde Salvius-, también fue él quien ahora la rescató,
el destino la volvió a poner delante de él
y ya ves cómo esa señora le pagó".

"'¿Quién fue el tío Juan?", preguntó Sousa intrigado,
"El ejecutor de las órdenes de los reyes Ismalia y Juvenal.
Por eso -siguió Salvius- lo encontraron muy calmado
en la noche que vinieron a hacerle aquel mal".

"Tío Juan es un hombre de espíritu elevado
y no trajo odios arrastrados a esta existencia.
Dio consejos sabios a quienes tanto ha dañado
y dejo una huella de amor con su presencia".

Abrazando al coronel le dijo sonriente,
"se acabaron los tiempos de tristeza y dolor,
en un tiempo volveremos y verás feliz a esta gente,
es el fruto de tus enseñanzas, de tu amor".

FIN