En esta tarde de lluvia,
de sangre de cielo, de olor a hierba recién cortada, a barquitos de papel,
no hago más que pensarla... entonces tomo mi carbón más entero y miro el reloj,
siento que las horas se van multiplicando con los segundos, con los minutos,
aun así no me alcanzan para terminar de esbozarla, en versos,
de dibujarla, en la parte derecha de mi alma, en la nube de alguno de mis sueños.
La tibieza de su mirada, desde donde sus ojos no me alcanzan
roba éste frío que parecía eterno y que traía aquí en mi pecho atrapado
desde donde no sé cuantos abriles.
La fuerza con la que me sostiene desde donde sus manos no me palpan,
me mantiene sano y salvo de este precipicio de viejas soledades, hondas soledades.
Y ahora que la tengo no solo en mis pensamientos
sino también en mi adentro, en mi piel y en mis palabras,
me costaría un dolor de siempre perderla,
una resurrección volver a encontrarla
y una eternidad, soltarla...