La trágica verdad: no tengo remedio
El remedio es un ojo mirándome
desde el campanario anudado en mi boca
hasta la sabia cordura de creer
que alguna vez hubo una cura.
Siempre hubo dos velas
prendidas en mi ciudad fugitiva
dos velas descorriendo su esperma
en el pozo de húmedas agonías
lacradas con la piel de serpientes.
No me gusta mirarme desde arriba
sosteniendo el grito estentóreo
mis piernas flageladas en el amor humo
la garganta inundada en vida -cal lechoso-
No hay cura más que el turno
desacomodar las horas de protesta
/E irnos al otro lado/
ese lado que sabe atrapar la voz
dispararnos del equinoccio,
hasta volar encima de cualquier vicio
No hay remedio para esta enfermedad
excepto la sábana de un cuerpo inquilino