Me quedo su cuerpo ardiente grabado cual casette en mi memoria.
Sus besos me dejaban sin aliento.
Sus manos eran dueñas de cada centímetro de mí ser.
Y su risa, oh, su risa era la puerta al paraíso de su alma.
Que acompañada con sus ojos te llevaban a la gloria infinita.
Me quedo el anhelo de volverlo a ver.
Y de sentirme suya otra vez. Aunque fue fugaz nuestro encuentro.
Ni aunque pasen mil años se borrara, lo que el con besos, escribió sobre mi piel.
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AUTORA: ORIANA RAVELO.