Montada en una nube, volando, surcando los cielos. Las ciudades parecen de juguete. Ante tal maravilla, no somos nada, nada comparado con la creación de Dios.
La tierra se aleja. Solo se ve el agua, agua que es de un basto mar. Tan grande e imponente que pareciese que no tuviera fin. Cuando muestra su más grande esplendor, lo hace a escondidas del guardia mayor, que es el que conserva nuestras vidas con su grato calor.
El ladrón, él, que trae la oscuridad consigo, es el único que aprecia diariamente tan envidiable don.
El basto mar se llena de muchas ilusiones, de sueños, de almas vivientes y de almas que ya no existen. Miles de millones de estas, o incluso muchas más, jamás dejan de brillar. Y como si fuera magia, algo de otro mundo, el basto mar desaparece dejando solo al cielo, haciéndolo aun más grande. Puedes ver como el ladrón se encuentra con su amada, igual de hermosa y brillante, ¡y tu solo sientes que vuelas! ¡Que esto es mentira!
Este recuerdo, se quedó anidando en mi mente. Me enamoré de él y jamas permitiré que me deje. Porque ese día que surcaba el engrandecido cielo, el basto océano me trajo un regalo hermoso que siempre, hasta el final de mis días, lo conservaré.
Ese tan preciado regalo es la sonrisa de mi madre, su tan encantadora risa y esos ojos tan llenos de orgullo y tristeza que observé mientras empezaba a caminar hacia delante dejándolo todo atrás, todo menos a ella.