Hablo, no debo callar,
por aquellos que encallan,
sin tener timòn, que arman
bolsas de verduras y aguardan
el cariño de mi literatura.
Hablo, para no quebrar,
el dolor moral del desamparo,
porque solo ellos saben que arar
un discurso es aprender y defender,
lo que combaten a fuego abierto.
Hablo de mis pobres alumnos bolivianos,
de sus espaldas y de su noche en el mercado.
Hablo de un pueblo latinoamericano
que abriò su queja y desgajò su origen,
en este desierto de corruptos que no los piensan!