Ayer, entre la elipsis de mi voz
Y la compañía de mi soledad,
Pregunté a Dios
Si tu cáliz solo pertenece a Él.
Si la sed que nace de mis labios
Puedo saciarla con tu piel,
Con la gota de placer
Que mana de tu copa sagrada.
Con una rebosante misoginia
Que tornaba escarlata mis mejillas,
Pregunté a Dios
Si amarte con efusivo frenesí,
Besarte con mi boca carmesí
Y con mis caricias bendecir
La herejía que de mi desnudes
Destila; sería la condena de mi muerte,
El comienzo de un agnosticismo
Y el pecado más santo en mi mente.
Él, respondió en el silencio,
Murmuró sabiduría
Y en medio de su apogeo
Susurró la verdad…
Aquel atardecer
Descubrí la respuesta entre sábanas.
Tu cuerpo envuelto en mis brazos
Y tus labios aferrados a los míos
Crearon la antología más sugestiva
De caricias y penetraciones.
Hacerte el amor es la réplica,
Analogía y sinónimo de perfección.
Hoy, el amor suprime la culpa,
Por más que pretenda,
No puedo sentirme falible
Por desearte, por amarte
Por querer tenerte.
Quiero pensar que Dios nos absuelve,
Pero al saber que perteneces a Él
Los celos permanecen a flor de piel.
Quiero sentir que Dios está con los dos,
Y no sólo contigo.
El cáliz sagrado de tu piel
Es el pecado más dulce,
Es la subjetividad de mi loca cognición.