I
Dejé caer la mano sobre el círculo
que me inducía a otra dimensión,
primero fue mi cuerpo desmembrado
sobre el a veces sueño de tu cuerpo,
y luego fue la sangre y el aroma
disperso en el lugar de un mismo viaje,
la misma puñalada en los costados
y los entonces pétalos y cirios
marchitos sobre el rostro de un gran muro
propagando el silencio y la plegaria
y la queja dispersa en el resumen
de todo lo que hablé y me fue escuchado.
II
Visualicé tu abdomen, heredero
castísimo del vello de mis piernas
y el azul naufragante de mis ojos
como dos velas muertas en un cuarto
atestado de cruces y de escarcha,
pero entonces la sombra colosal
y el clamor de Laksmí como una escoba
sobre mi espalda, apareció avisándome
del nuevo intruso; el mismo viejo llanto
que antes te contagiaba con sus risas
ahora se atrevía a despreciarte
en forma de pintura a blanco y negro.
III
Y por eso te digo: ven y escucha:
Retrato mío, frente pulcra y nítida
a la que acudo desde el barro harinoso;
colócate las medias y el anillo
del color de las lilas porque he vuelto
para clavar la espada en el portal
y en el pecho que tienes (que es el mío):
ven a volar encima de estas flores
que he podado desnudo para ti,
ven y anida tus labios en mis ramas
porque otra vez la noche te ha elegido
para amparar tu piel en el espejo.
IV
Ahora vete, vuelve a tu disfraz
que sin duda maquillas con albahaca
y fotos de amapolas bajo un muelle,
déjame arar la grieta y esparcirme
como agua santiguada en los pasillos
de la iglesia sombría que forjé
con tu nombre y el mío en las paredes,
déjame introducir mis uñas negras
y mi lengua de mudo a tu costado
cada vez que lo ordene y lo pronuncie
de manera secreta y fiel: ahora
y en la hora de nuestra muerte, amén.