Te vi cuando te hundías impotente
después de tanto orgullo contenido,
el agua pudo más que tu inclemente
criterio de vivir sin un sentido.
Y todo se murió en tu porfía
de ser inigualable como el cielo,
entraste en la profundidad de tu gonía
hundiéndote hasta el fondo de los suelos.
Te fuiste y te llevaste la grandeza,
el lujo, la apariencia y la elegancia
de un barco que escondía la pobreza
de ser sólo un avaro en su ganancia.
Creiste que eras Dios y en tu arrogancia
la música entonó tu despedida
y el mar desde esa noche de nostalgia
posee el rojo sabor de tus heridas.