El niño lloraba
frente a su madre
y le reclamaba
que tenía hambre.
Ellas con sus pechos
alimentar no podía;
los tenía secos,
faltos de comida.
Ambos famélicos están
el hambre los ha corroído
y lloran por falta de pan,
la madre, y el hijo.
La penuria se hizo dueña
de aquel par de seres
que vive, espera y sueña
con nuevos amaneceres.
Ojalá Dios los provea
para que suplan su necesidad
y en la esperanza crean
en el amor y en la bondad.
Mientras tanto, allí están
víctimas del hambre cruel…
Víctimas de la propia sociedad
que ignora su padecer.
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