Querido abuelo:
No sabes cuánto te echo de menos , diariamente me acuerdo de tí, y aunque no visito a menudo tu último lugar de reposo, una oración sale donde yo quiera que esté, de lo más profundo de mi corazón, y alguna lágrima se escapa para que mi garganta no se ahogue, de contener la emoción y la angustia de no tenerte junto a mí.
Tu imagen se ha borrado de mi mente, pero no tu recuerdo y las cosas que me decías, cuando yo, siendo una niña, jugaba cerca de tí, sin pensar que te molestaba en tu penosa enfermedad; estas cosas y otras más, como te digo, están frescas en mi memoria.
Hoy soy madre de una niña preciosa, Marta; te hubiera gustado conocerla, es especial; tal vez, desde ahí arriba ya la reconoces, dála tu protección.
Quienes te conocieron en vida, saben que eras un ángel, aunque tu nombre era Pablo.
Yo sólo tenía cuatro años cuando dejaste de sufrir, pero no te olvidaré, te recordaré siempre, hasta que yo me muera.
Te quiere siempre, tu nieta.
Derechos reservados