Estimado señor:
Diubigildo de las Perinolas y Picuito Blanco
Que yo escriba una carta es algo muy extraño, tan extraño como su nombre (perdone el atrevimiento señor Diubigildo) pero consideré necesario hacerlo, ya que pensé que el noviazgo de su hija iba a ser algo pasajero, y ya veo que no fue así.
A esa muchacha no la puedo olvidar, lo mismo que a su nombre, (perdone otra vez el atrevimiento señor Diubigildo) y por tal razón quise venir formalmente a su casa para enterarme en que trabaja usted y cuánto es el importe promedio de su remuneración mensual, para ver si me conviene arreglar compromiso con su vástaga, que dicho sea de paso es la única hija que usted tiene y al parecer, yo también soy el único candidato que la ha pretendido en todo el pueblo.
No es que ella sea fea, como el nombre suyo , (le ruego vuelva a perdonar mi atrevimiento) al contrario, es una persona que complementa perfectamente mi vida, pues a mí me gusta escribir poemas y a ella le fascina romperlos, a mi me agrada el orden y ella es un monumento al desorden, a mi me encanta dormir y a ella le fascina roncar, a mi me gusta vivir en azoteas y ella al parecer prefiere vivir en sótanos. Como ve, somos el uno para el otro el perfecto acoplamiento, como su nombre con su apellido (disculpe de nuevo mi necio atrevimiento).
Yo no necesito saber nada de ella para comprometerme formalmente, es algo que nació de pronto y eso que nace así, es lo que los poetas llaman amor y aunque uno y el otro sean feos, como su nombre (disculpe mi atrevimiento y perdone lo seguido del asunto) el amor hace que se vean hermoso entre sí.
Usted como hombre sabrá entender que me asisten muy buenas intenciones para intentar llevar está relación que ya tiene de por sí, vida propia, como su nombre con su apellido (si quiere ya no me perdone más).
Es bueno saber que tenemos gustos muy afines, por ejemplo yo soy un deportista nato, desde que tengo uso de razón he practicado las apuestas de caballos, un deporte muy típico y tradicional, aunque muchas veces ruinoso, por tal razón, me alegra que usted sea un practicante activo del mismo deporte, así tendremos la oportunidad de llevar juntos a la ruina a ésta bella familia.
Así mismo suelo practicar desde hace muchos años el deporte de saludar a la gente cada mañana con una sonrisa y un abrazo, deporte éste muy gratificante por cierto; y en buena hora me he enterado que usted también lo practica, aunque en otra modalidad, pero lo importante es que lo practica. Usted saluda a la gente entre dientes, cada mañana, y en vez de abrazarlos como se acostumbra, lo hace con la mirada; los abraza con una mirada de pocos amigos; lo que hace que en realidad tenga pocos amigos, afortunadamente yo aspiro tener el privilegio de ser uno de ellos.
No le sigo comentando más en mi misiva, porque prefiero hacerlo en persona, cuando me de el honor de entrar a su morada familiar por la puerta grande, pues por la puerta pequeña ya he entrado muchas veces, la mayoría de ellas en su ausencia.
Solo espero su grata respuesta para dispensarle mi más grata visita.
Atentamente
Epifaniano de Jesús De las Peras Maduras
(El novio de Diubigildita de las Perinolas y Picuito Blanco; pronto De Las Peras Maduras, si usted lo permite)