En la hora congestionada de un tiempo esperanzado
estabas conmigo.
Tu seducción a medias era algo peculiar
hasta que entero brotaste en un beso.
No nevaba afuera pero parecía,
adentro
un humano solar me doraba la piel y fui canela.
El nicho fluvial, tu tormenta,
idéntica a un tatuaje en mi panza
donde mi dedo remó en el lago de tu espíritu.
Después leí poesía; me toleraste hasta que dormiste.
Un cauce tranquilo, la eternidad de tus venas.
Si no me albergara ahora contigo
mi espalda fuera un mueble.
Recostados tú y yo
y el baúl del sexo abanicándose.
El aire siempre regresa.
siempre,
regresa.