Venga a mí tu ojo invicto
sin miopía o glaucoma;
acuda a mi boca tu labio eclesial
con su cáliz redentor;
merodeen tus dedos orbitales
la piel que me acontece
y hágase el milagro del origen
en los altares de tu pecho.
Amame, te lo pido,
con mi oración de cuatro vientos,
ámame como un cielo protector
al aire que lo camina,
como una inocente utopía
el niño que la invoca.
Rescátame de los eczemas de esta luz
que llevo encima,
límpiame los insomnios,
los estruendos que me insonoran,
las sombras que me palpitan.
Peco mortalmente de ti
porque a Dios no lo entiendo
sin el retoñar de tus besos,
sin tu luna de sol en mis pupilas.
Sufro exilio del Edén,
soy un expulsado
de tu voz y de tus días
cautivo en este invierno de amor,
vagando codo a codo
con los ángeles caídos.
Tiéndeme tus alas, te lo ruego,
y llévame a volar, de nuevo,
desde mi sangre
a lo más hondo de tu cuerpo.