El amor de madre es lo más profundo
que de amor y dolor del alma existe,
dejando caminos de olvido,
horizontes recorridos, sueños despiertos,
lunas y estrellas alcanzables,
y soles que en su recompensa
nos alumbra en la luz del cuidado de ellos...
Y a veces es sentirlos de amor muy adentro,
queriendo entregarles en su enseñanza demasiado,
y quizás nos equivoquemos, en ese consejo, en esa riña,
o en esa palabra de mirada que sola habla,
hacia un camino y un mundo complicado,
distinto del que ellos imaginaban,
creyendo que las aguas eran mansas,
al igual como las que bebían en su casa,
siendo revueltas en cada paso de afuera,
desviando alguna rama de camino de vuelta...
Cegándoles en esos ojos del crecer
del amor en su camino libre,
aun en sus errores, aún en tormentas
y mareas, y la tierra desaparezca,
el cielo de una madre existirá para calmarle,
como calman de niños abrazándoles,
como calma en el tiempo de madurez...
Viendo, porque vimos, que el amor de unos padres
nunca desaparecen, aún siendo diferentes
al entenderse hijos y padres,
al no haber andado juntos en la enseñanza
de tiempos y edades, y aun siendo cada uno,
uno mismo en sus pensamientos,
son de la misma sangre, de un mismo sentimiento,
el del amor, porque nació de él,
creciendo en su vientre y para siempre...
Aunque duela el corazón y el alma,
Dios puso en el camino padres e hijos,
para aprender unos de otros,
la enseñanza que existe,
y a veces aunque no nos guste
el saber de sus palabras,
desde que nacemos hasta que morimos
es amor de instinto, hacia su protección,
y aunque se alejen y renieguen,
la luz de sus genes conectaran
en generaciones, alumbrándoles
de amor, para siempre en los corazones...
Autora: Lucia Pastor
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