Empuño el arado
y lo hundo entre el surco
que lanza las entrañas a sus lados,
para recibir en su seno el cercenante arado
que las destroza.
Mi sudor se derrama sobre el surco,
que lo sorbe sediento;
de mi vientre extraigo
la cálida semilla
que dejo caer junto al arado.
La luz se va extinguiendo,
y exhaustos nos separamos;
el surco cierra su seno
para fertilizar la semilla;
yo me lanzo junto al arado
a dormitar acongojado.