Armando Sosa Bocanegra

A esa mujer...

A esa mujer que olvidó todo lo que le escribí,
la pasión que hacia ella siempre sentí,
aquella sangre que broto de mí
aún más roja que el rubí.
 
Aquella dama que ahora me da la espalda
y un día dijo que me quería, 
esa dulce novia con la que siempre soñé
fundar el paraíso, pescando amores
y cosechando cielos de colores.
 
Esa mujer que no pudo comprender
que la amaba tanto como el mismo Dios,
que era aquella inquietud que atormentaba el corazón
y solo por ella del tiempo perdí la noción.
 
Esa esplendorosa mujer con cabello dorado
y con un mirar vivo y aterciopelado,
decidió partir de mi vida e iniciar mi sufrir
con un juego de palabras que acabó con mi existir.
 
Al decir su nombre, las lágrimas empiezan a correr.
Si ella pudiera saber
aquel concepto de amor con el que la quiero,
ese concepto que ahora solo es un sueño.
                                        
En ella cupo el infierno,
siendo ella aquel concepto de amor
con el que me pasé horas y años,
pero solo recibí engaños.
 
En el que solo vi las primeras luces de un despertar,
un ilusorio amanecer que lo llegué a perder.
En ella, vi destellando la primavera,
en la que una lucha de besos me cambió de era.
 
Ahora su corazón canta un adiós,
sacando lo que duele mas que una mezcla de gritos y dolor,
sacando esa difícil historia
que nunca empezó con un verdadero principio
y que fue tarde cuando intentamos darle un inicio.
 
Ahora, trato de no llorar,
y olvidar lo triste de esta soledad.
Trato de dormir
y no soñar con ese gran elixir
de sus besos sofocantes,
que se olvidaron de mi todo instante.
 
Con esta soledad,
esta locura que me va a condenar,
con esta iniquidad,
que con mi vida va a terminar.
 
Ahora solo te pido misericordia,
pues tu recuerdo me atormenta cada día,
me mata y me aniquila.
 
Solo te pido que me ayudes a olvidarte,
pues tú ya solo eres pasado
mi peor pecado,
aunque mi corazón de ti siga enamorado.