Cuando me miras como dardo,
en la piel enterrado,
tu rostro libera un luto ahogado
en brutal armonía.
Y ha ojos secos,
te llueve ironía.
Cuando me abrazas bordando el silencio
y en mi cintura labrando tus horas,
tus brazos son templo intacto en la tempestad lacrimosa.
Y en ellos me enseño a rezar,
para que mis miedos...
No te puedan dañar.