¡Oh, refugiados!
que causáis tal aflicción
que en un instante
lográis atemorizar al mundo.
¡Oh, desdichados!
que tan cobardes sois,
que atacáis a inocentes
para ostentar vuestro orgullo.
Vuestro dolor va devorando
las entrañas de la tierra.
Un dolor tan profundo
que ni el infierno quema.
Estrecháis con cadenas
nuestra libertad humana
y sometéis a condena
nuestra existencia vana.
¡Oh, héroes de pecado!
que desterráis el valor
de esta vida errante
y por doquier dais sustos.
¡Oh, furtivos desalmados!
que rompéis el corazón
provocando sangre
y aún así os veis justos.
Destruís los recuerdos
y ahogáis sin pudor alegrías.
No cabe en nuestro cielo
vuestro historial de víctimas.
Mas ignoráis, enfermos,
que la muerte es más lenta
cuando se lleva por dentro
y la malicia envenena.
J.M. García
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