Por la tarde, con la guitarra en sus manos, el hombre sentado en su silla de tela ya gastada, sentado tocaba, una nota de cada vez, con los dedos acariciando las cuerdas, hasta que empezaba a oscurecer.
Lo hacía cantando en silencio los versos hechos por el. Nadie lo oía, solo el viento, que movía las holas de los arboles como si bailara a su ritmo. Versos sencillos, no rebuscados, una mezcla de sabores ya casi olvidados, de un pasado, distante, lejos del presente, que nada le decía.
De cuando en vez un pajarito, con sus pasos pequeñitos e ligeros, andaba picando el suelo, como que distraído, su gatita estirada, media dormida, abría los ojos lo miraba pasaba la lengua por el pelo e volvía, a reposar su cabecita cerrando los ojos.
El hombre miraba el horizonte, donde ya había sido un rey, fuerte, dueño de un futuro, las notas de música, lo hacían recordar el vigor, la fuerza de sus manos firmes, cuando revolvía la tierra, con el sacho mojado de sudor. Ahora le restaba su guitarra, ya no servía casi para nada, la fuerza ya no la tenía e casi no sudaba, ni tenia reinado.
Ni lagrimas brotaban de sus ojos, la guitarra lloraba por el. ¿Que hago yo aquí? Pensaba, ¿que vida es la mía? Quizá mientras las cuerdas de su guitarra no rompieran era su destino tocar, al vacío de las tardes, de su alma, de su vida ya pasada, que solo había quedado la guitarra e nada más.
Se acordaba de la familia, que tenia cerca, pero tan distante, que casi no se daba cuenta de ella.
Tiempos hubo que era el su amparo, que al timón llevaba el barco con sacrificio de todos, el barco se hundió en el tiempo, e el tiempo lo hundió a él.
Un día, no cogió la guitarra e andando de espacio, se fue alejando de su sitio. Sin darse cuenta, entró en otro barco, de espacio cogió el timón, e sintió que aun podía sobre el agua seguir su vida, cierto, sin familia, solo con su voluntad sin estar esperando que las cuerdas de su guitarra rompieran e su vida también.
Se dio cuenta que había miles de pájaros, de notas musicales, distintas e mas alegres. Si no podía coger el sacho, podía una mano sujetar, vivir de espacio pero con esperanza veloz de volver a vivir. La silla de tela ya gastada, solo había quedado, él no la quería, una piedra en el camino servía para descansar, si le apetecía. Arrepentido de tanto tiempo sin ser más que una sombra olvidada, pues nadie ya se recogía en ella, buscó otra en que él se podría recoger e vivir su vida propia.
Así la guitarra se calló, así la silla se podrió sin préstamo para nadie. El gato seguro que miraría para algún lado, pero hacia el nunca más.
Su música iba dentro del, pero sin pena ni dolor, no se muere por edad, se muere cuando morimos por dentro e él estaba vivo, con salud e una sombra dulce para abrigarse del sol que quema de la indiferencia.
El hombre tenía nombre, se llamaba libertad.
Nunca me sentaré esperando que oscurezca, de la noche haré día, del día haré mi felicidad.
Oporto,30 de Octubre de 2012
Carminha Nieves