Olvida a quien se sentó en Panamá
y que no viste,
al registro de la loba en celebración
habitual de la carne.
Olvida al número que contaste
vestido con una risa en silencio.
Cuando te estremeciste
por la ventana que te habló
que te encubrió de la teoría de un alemán exiliado.
Un brazo de porcelana se despellejó
para advertir que la muerte
es el hervor en, y por, una noche que no ha de terminar.
Por eso olvida
no querrás el pico del pato
comiéndome tu cerebro
ni un imperio dictatorial de fantasmas.