Cuando todos los siglos vuelven,
anocheciendo, a su belleza,
sube al ámbito universal
la unidad honda de la tierra.
Entonces nuestra vida alcanza
la alta razón de su existencia:
todos somos reyes iguales
en la tierra, reina completa.
Le vemos sien infinita,
le escuchamos la voz inmensa,
nos sentimos acumulados
por sus dos manos verdaderas.
Su mar total es nuestra sangre,
nuestra carne es toda su piedra,
respiramos su aire uno,
su fuego único nos incendia.
Ella está con nosotros todos,
y todos estamos con ella;
ella es bastante para darnos
a todos la sustancia eterna.
Y tocamos el cenit último
con la luz de nuestras cabezas
y nos detenemos seguros
de estar en lo que no se deja.
JUAN RAMÓN JIMENEZ