Para Ana María.
Buscando tus brazos, tus ojos, tus sueños,
he llegado hasta Mendoza,
casi al pie del Aconcagua.
He venido recorriendo tantos y hermosos pueblos
que se alargan y agonizan, siguiendo perennes vías.
He escudriñado uno a uno los parques,
las iglesias y las plazas que embellecen esta tierra.
He preguntado aquí, allá, por tus hermosos ojos marrones.
Por lo largo de tu pelo, por tu silueta, tus labios,
y el rubor en tus mejillas.
Recorro palmo a palmo avenida San Martín.
Descanso a la sombra de un árbol.
Me situó en mis adentros; previendo dificultades.
Y si no te encuentro María?
Y si morimos, mucho antes de morirnos?
Me adentro hasta el corazón mismo de mi alma
que desdichada y lentamente se pierde
por no tener más tus besos, ni tus uñas minerales,
o tus multiples lunares.
Pregunto por ti en todas partes y hasta al agua de las fuentes;
si en ella has mojado tus pies o humedecido tu frente.
Sigo perdido y te busco, veo mercados, cruzo puentes,
marco calles.
Te espero entre los viñedos, donde juraste amarme,
con unas copas de vino y un porongo de buen mate.
Me meto entre los arroyos tratando de recordarte.
Me eternizo en las caderas de mendocinas beldades
sin lograr así olvidarte.
Veo pasar trolebuses por toda la sexta avenida que
ajenos a mis penas, hacen mella en mi más profunda herida.
Esa herida que dejaste al marchar de mi lado un día.
Al volver a tus raíces, al tornar a tu Argentina.
©Armando Cano.
1/XI/2012.