Dirán que he muerto
cuando mis músculos se hayan detenido
y una rigidez de hielo someta mi cuerpo todo.
Alguien sostendrá una flor en sus manos
y puede que con llantos
se apaguen los destellos de la última sonrisa.
Desde mi alma percibiré, con nostalgia,
el mundo que me anuncia sus póstumas sirenas
y las olas bramando sobre alguna playa.
Alcanzaré de nuevo la gloria del artífice,
sin religiones, ni salmos foráneos;
al Dios verdadero que nos ha creado.
En un torbellino de espirales
dormiré un sueño largo,
a la espera de mi nueva vida.