Busco en el interior
de tus ojos de miel,
el azul perfecto
que tiñe las pupilas felinas,
mas sólo encuentro
el índigo de la gloria,
ese halo celeste
que irradia la eternidad.
Volteo al cielo
y de todos sus rincones,
surgen selvas y selvas
de añil penetrante.
Desde un acantilado
a la orilla del mar
undívagan las cerúleas
llanuras espumosas.
Descarados en el tremulante
éter nocturno,
levitan deseos
por entre los zarcos brillos,
las azuritas y malaquitas
gotas de llanto,
ruedan cual preciosas joyas
sobre tu rostro.
Mas en las rutilantes
miradas de ternura,
no existe más azul
que esa luminosa luz
fugándose cual esperanza
de tus ojos aceitunados,
en los que sólo vislumbro
un índigo celestial.
e.g.