Baja presurosa, callada;
con mil rayos de oro
¡más hermosa! adornada
la nívea frente.
Su blusa azul cielo
al ebúrneo cuerpo
se adhiere suave
y un bello torrente
de lágrimas cristalinas,
cae al musgo del camino,
de sus ojos acarinos.
Pasa temblorosa el río
y en mil pedazos se quiebra
su imagen misteriosa
en el espejo herido...
Huyen las espinas
y cual manto en su vía,
se posan las rosas.
Su pie es sin duda
la obra perfecta
que soñó Miguel Ángel...
¡La huella de su planta,
un dios del Olimpo
extasiado recoge...!
Baja presurosa, callada,
con mil rayos de oro,
¡más hermosa! adornada.
Y aunque muere de dolor,
da vida su mirada.
Atrás en el camino,
se ven magnolias,
se ven linos,
se ven claveles y rosas,
abundan alhelíes
y trasciende en el espacio,
sutil, su perfume divino.
Delante, si el mirar no alcanza,
¡soledad y frío!
páramo sin flor,
reina la tristeza
y se siente nítida
la ausencia de Dios.
Mas ella continúa
peregrina su destino
sin descansar;
y le pregunto al viento:
¿a dónde...adónde
querrá llegar?
Silencio.
Y en silencio,
mil lumbreras perezosas
al dormirse el Universo
se han puesto a tiritar;
pero ella sigue, llorando,
caminando sin cesar.
Y le pregunto al silencio
¿Por qué? ¿Por quién,
tantas lágrimas ha de llorar?
Llega entonces a mi alma
un mensaje celestino
que me absorbe,
que me ensalma,
que me besa,
que me calma,
¡más no acierto adivinar!
Mientras ella, presurosa,
callada, con mil rayos de oro
¡más hermosa! adornada,
deja en el camino
claveles y magnolias,
alhelíes...
rosas y linos,
y como un recuerdo para mí,
su blusa, su mirada
y su perfume divino.