Abriéndome paso através de la fresca bruma,
rompo en pequeños trozos esta madrugada de otoño,
el silencio, fiel compañero de lo que llevo dentro,
acaricia de mi, sus besos allá en lo lejos.
Diminuta sombra de petirrojo que va y viene,
sin dejar de silbar en su desordenada libertad.
Llueve, cruzando los brazos y entornando los ojos,
me pongo al resguardo de mi abrigo propio,
sorbiendo la espesa neblina que desciende rendida ante el peso trasparente que la adormece.
Pasos que se pierden en la confusión de no saberse,
en la moda que se cruza a mitad de garganta,
tras mí, comienza el nacimiento del color,
calor del más dulce sabor.
Tras mi, un presente omitido por no mentir ordinariamente,
un no se que, que nos empuja a perder.
Sin pétalos de rosa, sin cohetes o mariposas,
maduraron las vísceras intranscendentes,
entre rocambolescas penumbras,
delatadas en su culpa.