Vine a buscarte extendidas las manos
ansiando amoroso tocarte de nuevo,
porque tuve sueños de tu cuerpo terso
y sentí amarte como amé hace tiempo.
Vine a buscarte recorriendo playas,
recorriendo astros de luz delicada,
recorriendo prados de exóticas flores,
recorriendo el cielo con la mirada.
Y, ¡Qué feliz de llegar a tu lado!
de sentir tu amada presencia,
de contemplar tus ojos serenos,
de ahogarte toda en el mar de los míos,
y así comprendas cuánto he sufrido
tan lejos de ti...cariño, bien mío.
Hubo noches oscuras y silentes
y en algún momento de aquel retiro
sentí sobre mis hombros suavemente
posadas las manos de la muerte.
Pero fue tu amor inexorable
quien sembró rosas en el alma mía,
fue tu amor que se hizo sandalias
para cubrir mis pies en el camino.
Y fue tu voz, amada y suave...
tu dulce voz me atrajo a ti de nuevo,
como el polluelo hace volver al ave
cuando este pía sin consuelo.
Gracias, pues, mujer querida
por tu voz, por tu mirada;
porque has quedado sin nada
por esperarme toda la vida.