La vida de ella
acabó en una paella.
La rana Gustava
gustaba de saltar:
Brincaba entre los juncos,
de una charca a un charco,
de un charco a una acequia,
de una acequia a una charca,
vuelta a vuelta;
nunca se mareaba,
la rana Gustava.
Jamas estuvo disgustaba,
pero cuando llovía
yo veía que disfrutaba.
Todos los días que amanecía
el día nacía para ella.
Ahora yace muerta,
sus ancas en una paella.
Sobre las ondas nadaba
en una honda poza,
cuando creyó ver
entre los desechos
a un insecto deshecho.
Cuando lo tuvo al lado
comprobó que era alado,
pero no advirtió
que con un sedal
más fino que la seda
estaba atado
y que un anzuelo
tenía atravesado.
Un pescador le dio caza
y a Gustava apartó de su casa.
Con la caña y una mosca
a las ranas, de manera tosca,
iba con maña dando caña.
La rana Gustava tenía un novio
al que no vio para despedirse.
Ahora todos lloran y oran
a la hora en la que Gustava, la rana,
gustaba de brincar entre las ramas.