1
Soy en ti, Soledad, y tú ya me tienes.
En tus manos es preso mi albedrío.
Este anhelar es tuyo, ya no es mío.
De vano laurel ciñes mis sienes.
Y el grito que va en mí, porque tú vienes
solapada, segando con tu frío
mi sentir desolado, y el desvío
de mi ser me lo cambias por tus bienes.
Otra vez, Soledad, tú me has cobrado
el tiempo de amar que hube de locura.
Feliz era; ¡qué solo me has dejado!
En ti estoy, dentro, ausente de la rosa.
Larga es la noche de tu sombra oscura.
Ando caminos, el pie no reposa.
2
¡Qué soledad me has dado, Dios,, qué ausencia!
No puedo amarte, habiéndome robado.
Estoy en la obscuridad, desamparado.
Mi cerebro no cree en tu presencia.
¿Amarte? Si no te veo. La herencia
que me has dado, agonía en mi cotado.
¿El cauce de mi río es inundado
de tanto Amor que viene de tu demencia?
Aun no creyendo en ti, ¿soy tu criatura
robándome, dejándome cual fuente
reseca en la aridez del seco estío?
¿Qué te impide llover en mi vacío?
¿Iluminar con tu luz mi noche oscura?
(No existes, me dirá la fría mente.)
y 3
El destino me dio la hora segura.
Manchado de amor y verso, memoria.
Puedo escribir en la noche la historia
de una senda florida que procura...
Vino el gozo, ganó, que me asegura
el bruñido metal, de vil escoria.
Yendo por la vereda transitoria
desnudaré la mente de locura...
Estaré solo en la playa, sinitiendo
que la asomada aurora trae olvido
junto al mar sosegado amaneciendo...
Mi rostro a los azules levantado
entona la canción que un día ha sido
un labio de esperanza, hoy desterrado...
-salvador-