Maldito poeta que se alimenta de mis larvas sentimentales
maldito camaleón que rasguña las decepciones de mi latido
en cada golpe
en cada contracción
sístole
diástole
que al llorar
exprime los días cincelando la angustia de mi suspiro.
Y la ridícula ola de la tinta
se vuelve estigma en la hoja
coágulo abierto de un olvido
mutua espina cuando mi puño escribe la sal
guardándola en la comisura de mis labios.
Y me hace sombra la cara de mil palabras
y tartamudeo al escribir lo que siento
con la fría pluma lamiendo mis escritos
al seco alfabeto entre mi lapicero y yo.
Cuando el murmullo roza los ecos
los ecos nombran la humanidad del viento
cuando aspiro el distinto aliento del follaje
y él nombra con la cal… mi herida abierta.
Y se vuelve cicatriz del árbol más viejo de mi juventud
y la niñez de mi carne… más viva que la piedra
porque en el cuaderno entreabierto
ahogo la semilla de la voz en mi camisa
el tono azul del uniforme
el rumor perdido de algunos pies
la persiana de un perfume
oliendo los celos de mi libro.
Porque estoy sentado ante la rústica luz
en la antesala de la estrofa
donde se decolora el poema
lava ante la fina escama que flota
a la simple fricción de la letra.
No importa el texto de la sílaba
ni la imagen muerta de esta lápida amarillenta
solo oculto… los deseos del pasado.
En la moldura de los años
cuelgo la fatiga de mis ojos
sobre el marco del tercer muro
en que se ha dilatado el maldito poeta
que ha vivido…
… de cada uno de mis latidos.
Bernardo Cortés Vicencio
Papantla Ver, México