Pues esta noche atestigua
a dos amantes, cuyo ser funden
en un aletargado tiempo de deseo.
Aquellas manos, que recorren como
un similar desierto, las vastas dunas
de pieles del sudor cual rocío,
que profanan con anhelo y pudor,
piezas son de cuerpos de pasión desatados.
Aquella oscuridad muda, presa del silencio,
debate su existir entre ardientes bocas
del gemir continuas, cuyos efluvios
humedecen hasta la razón misma.
De besos tan quemantes, que no parecen
labios, sino llamas encendidas al alma;
y bajo tales pómulos cerrados, está el
soñar más real entre llanuras y
montañas de fragante piel, donde dos
mundos se unen en el puente
de la satisfacción, bajo un hechizo
eterno llamado: amor.