¿Dónde te metes Filomena?
Siempre encuentras una excusa para dejarme solo.
No ves que no puedo desenvolverme sin tu auxilio,
es que irremisiblemente dependo de ti.
Ese día aciago donde corría presuroso tras mis sueños
ocurrió el destino y cambió el devenir como lo había concebido.
Pero no siempre fue así Filomena.
Recuerdo el corretear de tus caderas acariciando sin temor las zarzas imponentes.
Furia indómita y bravía que subrepticiamente presentabas bajo el velo de tu tierna bellezura.
Girábamos en nuestro propio eje y el resto del universo en el suyo tristemente.
Éramos felices Filo…, si que lo éramos.
¿Dónde te ocultas Filomena?
El caldo aún no está hecho, ni he tomado café
Ni a mi boca ha llegado un bocadillo de afrecho.
Que se me arruga el guargüero clamando tu nombre y no puedo.
Que se me arruga hasta el alma, despintando tus ojos donde hacía tiempo no desenterraba el consuelo.
¿Qué pasó ese día Filomena?
Que la verdad no concierto.
Pues desde ese momento no te ausculto ni te advierto.
Te siento eso sí, pero como temor matutino
Que no sé si existe o soy Yo quien como perturbado lo imagino.
¿Por qué nunca clamas Filomena?
Eres el recuerdo más terrible de lo que no puedo recordar.
Cuán diligente socorrías a mi encuentro con la sonrisa pulcra dibujada en tu rostro floreciendo,
el mismo que ha sido borrado por las eternas sombras y el eterno silencio.
¿Dónde te tropiezo Filomena?
Déjame reptar a tu regazo cual otrora hiciera con indiferencia.
Ahora que la época ha marcado otro rumbo, peregrino a tus brazos que jamás aprecie.
¿Qué otro lapso de tiempo he de relegar para interiorizar las culpas y convertirlas en cognición?
Lo único que deseo es un poco de tiempo para usar pues lo otro es utópicamente lerdo.
¿Por qué a nosotros Filomena mía?
Es justo que los amores desenfrenen en la redundancia,
Pero no es justo que colapsen al sombrío silencio que desde ese día vivimos.
Ese al que irreversiblemente quedaste expuesta sin tu anuencia.
Sólo tengo vida para pedirle al Dios omnipresente,
que me permitiese un día posar mis manos en las cuencas benditas de tus ojos ,
y que sea eso lo último que vean.
Atrapar con mis brazos la terneza de tus oídos y que ese amoroso chasquido
sea lo último que escuchen.
Y así mi amada Filomena… …al final
tú y yo podremos girar reiteradamente en torno nuestro,
pero en un nuevo mundo,
mi mundo de silencio y obscuridad,
entre gritos lóbregos y silentes sombras.
Autor:
Tomás Enrique Maneiro Quesada
EL CABALLERO DE LA RIMA
9 de Noviembre de 2012