Mario Santiago

CONVITE

2 años después de enterrar un cuerpo retornan sus deudos a sacar los restos, porque necesitan los vivos el espacio para otro del pueblo creciente de los muertos. Acuden nerviosos a la macabra reunión previniendo sus sentidos contra las crueldades que harán los recuerdos y la descomposición. Quién escuchará los rumorosos reproches que salen del polvo insomne y resentido, otrora carne triste, soberbia, enferma de olvido. Quién recibió las divinas compensaciones porque quiso mucho y fue amoroso y misericorde. Quién asiste menguado, estéril, rumiando sus frustraciones. Todos traen bolsa blanca y frasco de perfume, pertrechos que el uso fijó para tal ocasión. Es enero, hace frío, el sol está exánime Súbito, el aire se llena de un bullicio retozón. “Hemos venido, hermano, a celebrar tu aniversario”: eran seis borrachos y una estentórea canción. “Hemos venido con los dedos llagados de repasar el rosario. Para cada cuenta, el culo deshecho de una esposa infiel y una juerga también, alcohol, hierba y un prontuario”. La discreta concurrencia de un sitio como aquel destinado al eterno reposo, tornose rígida y su rechazo era como una colección de adustas caras en un anaquel Iluminadas tras el cristal por un escuálido rayo de sol rebotando en un trombón abollado, que desafinaba procazmente la marcha burlona del Dead Man Blues de Jelly Roll. Bam. Bam: se abren los sepulcros de la pobre gente. Tres juegos de despojos superpuestos en cada fosa. A cada uno corresponde el interés de algún pariente. Debajo de una madre esforzada y fiel esposa. Y de los huesos de uno que persiguió el saber. Se halla, aún en medio de la última estrofa. La boca torcida de tanto beber, sin mujeres, sin oficio y sin familia. Despojo lastimoso de algún lejano ayer. El anfitrión de la alegre comitiva echado de espaldas, sosteniendo fiero bajo la sucia y harapienta camisa una larga botella negra de ron añejo.