Invadido por el tronar de este lamento
que siento vasto y enteramente mío,
fallezco con el despertar de mis recuerdos
y con la ilusión de mi corazón, vivo.
Este amor, si no siempre exiguo, siempre elefantiásico,
se zarandea en la telaraña de mi tiempo
y en la hondura de este avezado sentimiento
intenta vaticinar la suerte de su destino.
Un amor rasgado de versos muertos por él,
de palabras que brotan sin instinto del alma,
que hoy vive pensando inexorable en el mañana
y mañana perece pensando en el ayer.
J.M. García
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