Aprendí a decir sí a la incertidumbre
a respetar cada vez menos a mi cordura
a transitar cada vez más por el vacio de tu mirada
esa mirada que encuentro en ti
cada vez que me ves regresar,
y si te preguntas donde quedaron esos momentos
esos en que tú creías ganar
y yo
que trataba de transar con mi orgullo
cuando estaba ante ti
queriendo de algún modo
sentir tu sinceridad en la mirada,
pero aprendí a marcharme sin disimulo
a entregarme por entero a una pasión desordenada
a un correr por la vida
como un perro sin dueño
que va detrás de ese hueso llamado mujer
que no puede encontrar en su hogar,
ese mismo perro que te hace mujer
cada mes de luna llena
cuando toda tu alcoba
retumba en aullidos irrefrenables,
ese soy yo
el que una vez conociste
en aquella puerta de la iglesia en la cual mendigabas
mientras que yo
salía corriendo diciéndote a gritos
que Dios nunca estuvo aquí
que la vida empieza donde Dios no esta
que la soledad del corazón no es pecado
sino un camino de liberación
que era correcto lo que hacías,
y en ese momento nos miramos a los ojos con sinceridad
y salimos de allí
para probarnos humanamente en lo que somos
y en lo que podamos dejar de ser
con ese fin de verificar en lo que creíamos,
entonces conjugamos nuestras buenas intenciones
y cogimos lo poco o nada que teníamos
tú, con los andrajos de tu cuerpo
y yo, con los andrajos de mi alma;
y desde ese momento hasta hoy
nos necesitamos mutuamente
como dos animales buscando su hogar,
pero yo sé que tu alcoba no puede estar vacía
que deambulas por allí buscando sexo
cuando yo estoy lejos de ti,
que sé que puedes estar con otro
mientras que yo a la distancia piense en ti
cuando le haga el amor a otra mujer,
y luego me preguntaras
si esto es amor de verdad
y la verdad…
es que no lo sé
sólo somos lo que pretendemos creer
pero una cosa es cierta entre los dos:
que nadie es propiedad privada de nadie
y eso creo que tú bien lo sabes,
por eso
tú eres la mendiga del cuerpo
y yo, el mendigo del alma
y este es el camino que elegimos los dos.