Me duele el alma
cuando te veo llorar,
se me encoge el corazón
cuando te veo sufrir,
y en lo más profundo de mi ser
vuelan las tormentas de la rabia.
Te contemplo,
desde el pequeño patio rojo,
las baldosas desgarradas
por el martillo del tiempo,
y todo está abrazado
por un mustio jardín ocre.
Las flores se murieron,
los nidos están vacíos
y los pájaros que se fueron
aun se escuchan en los negros rincones,
fuertes aleteos de dolor
de un ave malherida
que ya no puede volar.
Te contemplo,
en la penumbra,
y tú arriba
en lo alto de la ventana
como una estrella en el firmamento,
entre las trémulas cortinas
está tu rostro,
tu carita morena está triste,
tus lagrimas, como el cristal de un espejo,
se rompen cuando caen al suelo.
La rosa que te regalé,
negra se ha vuelto,
por estar atrapada
en una cárcel de cristal,
aunque sus pies los moje
el agua salada del mar.
Tus manos acarician mis poesías,
pero mi alma se hunde
por las piedras de tu melancolía.
Estas tan cerca pero tan lejos,
mis brazos
casi logran alcanzar
tu sonrisa y la luz de tus ojos.
Pero no llego mi vida!! Malditasea, no llego!!
Te contemplo,
desde la fría noche,
el viento golpea
el áspero techo de madera,
y su voz profunda se clava en mi mente:
“Por tu culpa su corazón ya no brilla,
por tu culpa cayo al abismo.”
Un nudo aprieta las cuerdas de mi cuello,
la tristeza abriga mi corazón,
las lágrimas medrosas
brillan en mis mejillas.
Y si estuviese triste
por mi roja culpa?!
Quizá mis doradas letras
ahogan su fino espíritu?!
Yo sólo quiero verte sonreír,
verte volar mi pequeña.
Mis pies
caminan descalzos
y mis grilletes
arrancan el suelo de ladrillos a mi paso.
Que inmensa pena, dios mío!
En mi brazo
gravada con letras de oro y sangre:
“Por mí, no estés triste mi ángel”.