Arrastro sobre mi espalda flagelada
la pesada cruz del desamor,
las burlas injustificadas de la indiferencia,
la lástima impotente de la ilusión.
La corona de espinas en mi frente,
de las espinas de las rosas que te envié;
son ahora mi peor humillación,
mi condena a muerte, a mi soledad.
Pero te perdono, tengo grande el corazón,
tú fuiste el milagro que me tentó a pecar.
Ahora vete, déjame en paz, o dame un beso
que me de la salvación, la resurrección.