La oreja
La oreja se cayó por los balcones,
rodó en cuevas de ratas, por abismos
de fuego y de temor, tomó ramales
hacia sombras, hacia gaitas, hacia fieles degollados.
No se dejó arredrar por la sorpresa de la nieve,
por la mancha en el violín, por las resacas del obispo,
cayó y cantó en las piedras como el musgo,
elástica y azul como las ovas de la mantis,
como el reloj que se rompió cuando esos besos no llegaron
ni el nombre se escribió en las indelebles lejanías.
Ardió quizás pensada por el brujo, temida por el asno,
consentida de niños y gaviotas en el festín de la inocencia.
Sangró, se dice, porque no era indestructible,
soñó, se cuenta, porque añoraba caracolas,
guitarras, comedores y jarras de cerveza,
y el baile del amor sobre las pistas del deseo,
desnudos ya después esos amantes que recién comienzan.
Si un día regresó, yo no lo supe, pero escucho
tras ella esta canción y algo me impulsa a que la escriba.
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11 11 12