Anclado en una imagen pasajera se eternizan,
divagando por los tiempos,
aquel álamo y el jardín del fondo,
donde las hojas resecas se encendían de dorado.
Allí estaba mi perro y mis hijos tan pequeños.
Era un apartado tan lleno de nostálgicas figuras.
Había tantos duendes que se escondían por debajo,
de aquel colchón de hojas resecas del otoño,
tantos pájaros, y entre los arbustos
tímidas luciérnagas se lanzaban en las noches,
cuando la luna proyectaba aquellos rayos furtivos
y entre las sombras pernoctaban los espectros alocados.
Aquel sendero viejo donde los pantanos en la mente,
se despertaban entre sueños dementes, impetuosos
y los gorjeos anunciaban fugaces cantos apasionados
desde aquellos nidos donde los bríos
alertaban sugestiones, de los viejos duendes escondidos.
CARLOS A. BADARACCO
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