Entre lo más nocturno de mi cuerpo,
en lo más felino de mi sangre, en lo terrible,
está concentrado el número del café,
con su teléfono blanco, y su sombrero gánster,
pidiendo agua en una esfera, sin saber,
nadie lo sabe, yo tampoco lo sé,
pero el número del café es dulce, como una roca.
Es sigiloso durante la oscuridad, conmigo,
más bien no es un número sino un insecto,
más bien, un soldado, o un aliado secreto.
Me acompaña el café caminando, resistiendo,
como un grueso paraguas entre murciélagos diminutos,
el café espera, con paciencia, desvaneciéndose,
aguardando mis manos mexicanas, mis ojos de sueño,
el café me conoce y es paciente,
yo tomo una taza en señal de amistad
y recojo al café de la batalla en la tierra
impongo mi bandera en lo oscuramente celeste,
mi bandera no se ve ni se percibe,
porque solo se levanta en el corazón del café
en lo amargo de mi vida terrenal,
en lo delicioso de mis días
que se parecen tanto a la mismísima lluvia.