Por la mañana se extendieron los horizontes,
mi rostro tomó color de nube.
Se alzó mi vista hacia las distancias
aspirando brisas, sosegando vientos y sabor a tierra.
Por la mañana la luz del sol fue más brillante,
se abrió el cielo, hacia el delirio.
Se encendieron los senderos
con abanicos de colores,
de tierra húmeda y sabor sureño.
Las fatigas fueron el albor temprano.
Por la mañana se despertó el bullicio
el sonido a tiempo, el fragor del campo,
el clamor del hombre.
Una sonrisa clara de inocente vuelo
alzó mutismos, adormeció la calma
y entre riachos y furtivos rayos
se avivó la luz entre los alerces.
El sol se alzaba enfrentando al cielo
No había pesares, era todo puro,
el calor de madre, el aroma a rancho, a sabor a mate,
a pan horneado, a café humeante, a leche fresca.
Entre los montes un collar flamante de colores nuevos
entre peñascos viejos y cumbres verdes.
Todo era un llamado a la luz del tiempo
que sembraba vida, aliento del cielo, soplo divino
que se lanzó impetuoso hacia el esfuerzo y la lucha diaria.
CARLOS A. BADARACCO
(DERECHOS RESERVADOS)
22/11/11