Eran un espiral.
Al final, regresaban a ellos.
Siluetas sin ánimo tan contrapuestas que terminaban siendo semejantes.
Y eran dos,
y caminaban en silencio.
Sus ojos parecían perderse en cada esquina.
Cuando no son sus besos los que limitan sus labios
ni son sus nombres quemando el silencio.
Y son solamente, en soledad:
dos cuerpos habitando un mismo silencio.
Ajenos al instante parecen perdidos;
perdiéndose en la inmensidad de perderse
de olvidarse y apagarse;
de dejar cosas estáticas en el laberinto de la memoria
y borrarse la mente en el corazón.
El mundo se detiene vertiginosamente
ante sus ojos,
tan sedientos de miradas que tienden a secarse en la noche.
Y no son los ojos de alguien más,
ni alguien más los mira
son únicamente el reflejo cataléptico de la tristeza.