Cuando callaron las bombas
sólo quedaron las cucarachas
-tal y como se predijo-,
emergieron de las ruinas
pasando sobre despojos,
degustando entrañas podridas
y una materia gelatinosa vertida
de las cuencas de los ojos.
Un extraño y enorme cucarachón
parecía tener otro propósito,
poseía labios y dedos
y la expresión de su cara recordaba
la sensual imagen de Valentino.
Encontró una joven hermosa
a pesar de la negra muerte.
Triste, se detuvo en su boca inerte
donde puso un beso con sincera y babosa
pasión, luego el cucarachón libidinoso
-siguiendo alguna rutina de amante-
se frotó con sabia levedad, gozoso
en los pezones aún desafiantes.
Y donde antes tronaron cañones
un suspiro femenino rompió el retumbante silencio,
mientras, un inusual apéndice de generosas proporciones,
salido de la barriga del bicho
colocaba en la húmeda vagina
una cápsula con un letrero.
Meses después, un día luminoso,
cuando una brisa clara
había desterrado al humo y el polvo
y un poco de verdor
comenzaba a brotar en la tierra quemada
bajo el arco iris, entre el olor a lluvia
Aquella mujer resucitada
parió un varón precioso,
con rasgos de latin lover
siendo caucásica y rubia.
Adán, le bautizó
por un raro apego a las costumbres.
Creció de manera obstinada
sobreviviendo al fuego y a la escarcha.
Era zalamero, escurridizo y ladino,
hipócrita, codicioso y vago,
amante de la turba y el bullicio,
noctámbulo, con un enfermizo
gusto por la suciedad y la mierda.
Mira que su madre le regañó:
“Coño niño, pareces una cucaracha”
Pero jamás se enmendó.