El empleado del museo
se acercó por fin al hombre
que tenía el halo amarillo viejo.
Dígame, por qué siempre
Cuando el heraldo del crepúsculo
anuncia el fin de la jornada,
está usted contemplando fijo
la misma imagen quieta y muda
La respuesta llegó cansina
en la voz y en los ojos.
Para las injusticias de la vida
el buen olvido de esos versos.
Genio y resignación de Dulce María.
Pero ese talento me fue negado.
Por eso vengo a esta hora tardía
junto a este amigo paciente y callado.
Juicio extraño para un cuadro
-dijo el otro-. Asombrosa técnica.
Una joya de valor millonario.
Hecha por la incomprensión y la locura.
Admirada, ora por el entendimiento.
Ora por la mala conciencia
de que tamaño talento
muriera pobre y sin oreja.
¡OH!, yo no se nada de arte.
Incluso me parece feo
-se disculpó el asiduo visitante-
Miro si es colorido.
Si el dibujo parece real.
Aquí la iglesia y el campo
son puntos y trazos en espiral.
No, por algún embrujo.
Cual alquimista que consigue una esencia.
Es otra clase de belleza lo que yo veo.
Puedo filtrar del tormento de la tela
el amor y la comprensión de Teo.
Que para otros fue el hermano.
Y para mi es el Maestro.