Mario Santiago

TRASLUZ

El empleado del museo

se acercó por fin al hombre

que tenía el halo amarillo viejo.

Dígame, por qué siempre

 

Cuando el heraldo del crepúsculo

anuncia el fin de la jornada,

está usted contemplando fijo

la misma imagen quieta y muda

 

La respuesta llegó cansina

en la voz y en los ojos.

Para las injusticias de la vida

el  buen olvido de esos versos.

 

Genio y resignación de Dulce María.

Pero ese talento me fue negado.

Por eso vengo a esta hora tardía

junto a este amigo paciente y callado.

 

Juicio extraño para un cuadro

-dijo el otro-. Asombrosa técnica.

Una joya de valor millonario.

Hecha por la incomprensión y la locura.

 

Admirada, ora por el entendimiento.

Ora por la mala conciencia

de que tamaño talento

muriera pobre y sin oreja.

 

¡OH!, yo no se nada de arte.

Incluso me parece feo

-se disculpó el asiduo visitante-

 Miro si es colorido.

 

Si el dibujo parece real.

Aquí la iglesia y el campo

son puntos y trazos en espiral.

No, por algún embrujo.

 

Cual alquimista que consigue una esencia.

Es otra clase de belleza lo que yo veo.

Puedo filtrar del tormento de la tela

el amor y la comprensión de Teo.

 

Que para otros fue el hermano.

Y para mi es el Maestro.