Dentro del pecho llueve arder subido,
arder que aviva la llama enardecida.
El yelo esquiva ansiosa el alma hervida,
que estallar quiere en tálamo florido.
El arder con el yelo no es vivido,
no quiere tal vivencia malherida.
La llama viva quiere enfebrecida,
y sea brasa: fuego cuán ardido.
Asciende ardiente llama, yo la abrigo.
Me adentro en mí, lo noto en su ardimiento,
cobro vigor sin yelo, mi enemigo.
Pregunto cuál será el encendimiento.
No sé decirlo, pero lo presiento
colado por la luz de mi postigo.
-salvador desde Ubeda-