Ojo al paso del tiempo, a la edad, que nos modifica el comportamiento, a las arrugas, que se convierten en mentales, a los problemas que no se pueden resolver. al frio, al calor, al entusiasmo, al desespero, al frio del rio, al calor del amor, al entusiamo provisional, al desespero definitivo.
Ojo al amor desenfrenado, al otoño por las hojas que están escritas, al invierno por el hielo que se derrite en el alcohol, al verano por el amor que luego se pueda perder, a la primavera porque nacé una flor, y otra tambien.
Ojo a las miradas, a las tristes porque nos contaminan, a las alegres porque nos hacen volar, a las profundas porque pueden leer nuestros pensamientos, a las que miran hacia el cielo porque tienen algo que ocultar, o porque sueñan, o porque no viven en un mundo real.
Ojo a las caricias, las que están hechas con prisas, que no terminan de dar su peso, las hechas con silencio, para sentir el roce con la piel, las que llevan ungüento de cariño, que son las más apetitosas, las que te hacen gozar como a un niño, que son las que te hacen crecer.
Ojo con las entrañas, las de la tierra que crecen, las de los arboles que florecen, las de las flores que hermosean, las de los humanos que colean.
Ojo con las terminaciones, con las puntas de ramas, con las espinas de rosas, con las ofensas, con las tiranias, con las osadias.
Francisco Peiró